¿Y SI FRANCISCO VINIERA A NUESTRO PUEBLO?
POR:
JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO
El pasado 27 de octubre, la Puerta Jubilar
de nuestra Parroquia abría sus ojos y su corazón a lo que trescientos años
habían ocultado a las pupilas de todos sus herencianos. Ese tesoro radiante y
bello que es su Fe, pedestal esencial sobre el que sostener un credo social que
no mira sino al cielo de la eternidad y al suelo de la realidad. De esa
realidad común precisamente nos habló nuestro Obispo en los albores de su
homilía jubilar: “Ahora más que nunca, es una oportunidad
clave para mirar al necesitado” y “especialmente
este año debemos escuchar los gritos de los que sufren”. Ni cayeron ni caerán en el olvido de este curso.
El carácter pontifical que este año nos atiende
tampoco fue somera adjetivación por su parte: es el Papa Francisco, pilar eclesial, el que conforma un papel primario
en la naturaleza jubilar de estos meses. Ahora bien, ¿deberían o no ser retóricas las
cuestiones que se plantean a continuación? Es decir, ¿deberían o no tener una
respuesta clara, concisa y concreta como medio de proposición al año en que nos
encontramos?
¿Y si Francisco
rompiera las cadenas vaticanas para emprender el arduo viaje hasta las
fronteras de nuestro pueblo? ¿Cuál sería la visión de su Parroquia? ¿Cómo se
sentiría entre nosotros? ¿Cómo reaccionaría el Santo Padre visitando nuestras
calles y su encanto manchego? ¿Cuál sería su rostro? ¿Cuál sería su reacción
concreta ante los aciertos y los errores de su Parroquia? Y si le mirara a la
cara: si como representante de Cristo en la tierra observara su día a día, su
quehacer cotidiano, ¿estaría orgulloso de usted como cristiano? Y si accediera
a nuestro Templo por la Puerta Jubilar? ¿Y si se postrara ante nuestra Patrona,
en su día, ante todo un pueblo que clama y se enorgullece por la virginidad de
María? ¿Cuál sería el mensaje específico con el que encandilaría la ilusión que
el ocho de diciembre inunda nuestras calles manchegas?
¿Con qué ojos miraría a los voluntarios de
Cáritas? Por el contrario, ¿con qué lupa haría lo propio respecto al impulso
con que la Iglesia instrumenta su ímpetu caritativo en la propia organización? ¿Cómo
interpretaría la ayuda y apoyo social que la propia Iglesia le otorga: en
abundancia o en parca medida? ¿Con qué ojos miraría la “cola” de chispeantes
lágrimas internas que cada semana hace la parada más amarga de todas en el
Salón Parroquial en busca de algo que echarse a la boca? ¿De qué forma hablaría
a sus voluntarios, aquellos que quebrando las barreras de la injusticia social
se aventuran a luchar por la equidad común?
¿Y si el Papa paseara su mirada durante la
tarde de un Viernes invernal por los grupos catequéticos que abarrotan la
Parroquia? ¿Y si se paseara por las
confinidades de la juventud herenciana
una tarde de verano? ¿Cómo hablaría con todos esos jóvenes tan sólo preocupados
por la demora en la llegada de la nocturnidad del sábado? ¿Y si les mirara
frente a frente, cara a cara, si observara el rostro de aquel joven distante
del seno eclesial pero que siente hasta lo más profundo de su corazón la
presencia de Dios en su vida? ¿Cómo se enfrentaría a esa realidad que también
convive en nuestros ambientes? ¿Y si hablara con alguno de los scout, si hablara de ese espíritu alegre
que su predecesor Juan Pablo II dejó como legado a toda una generación de
jóvenes? ¿Les preguntaría si son “testigos” de Cristo en su vida?
¿Y si la cabeza del Santo Padre diera un
vuelco hacia esa especial, maravillosa y única forma de vivir la fe en Cristo y
en su Iglesia que a través de una Hermandad de gloria o penitencia? ¿Estaría
orgulloso de su labor actual y, sobre todo, de su misión en el hoy y en el
ahora? ¿Cuál sería su rostro al observar la eternidad de un palio revirando por
las calles de Herencia, su delicadez, su elegancia, su artística oración? ¿Cuál
sería la respuesta del Papa Francisco ante la oración más popular que son las
órdenes de un capataz a su cuadrilla o las lágrimas de aquel hermano que
moriría por su Titular?
¿De qué forma se enfrentaría a la ostentosidad
llevada a cabo en la actualidad a pesar de la precariedad del clima actual? ¿Con
qué ojos observaría la desorbitada caída en picado de los tres pilares
fundamentales que conforman toda Corporación cofrade: formación, caridad y
culto a sus Titulares? ¿Y si observara a los grupos jóvenes de las hermandades,
qué les diría a todos esos corazones valientes que defienden a Cristo a través
de su Cofradía? ¿Y si curioseara observando cómo recogen kilos y kilos de
alimentos para los más necesitados porque las Reglas de su Hermandad así lo
dictan? ¿Cómo de orgulloso se sentiría Francisco si observara todo eso?
¿Y si se acercara a cualquier recóndito
lugar de nuestras calles donde un anciano no espera sino que anuncien desde la
villa la llegada de las siete en punto del atardecer manchego para sintonizar
en su vieja radio los oficios diarios desde su Parroquia? ¿Y si fuera a
visitarlos: cuál sería la cara del Papa y el rostro de ese herenciano que
recibe su visita en el ocaso de su vida?
Con la razón más grande del mundo que el
mensaje de Francisco ha llenado hasta la más recóndita iglesia en apenas ocho
meses de Pontificado. Quizá esto era lo que requería una Iglesia desgastada de
vanas explicaciones celestiales mas necesitada de realidades sociales ejemplificadas.
Ni acierto ni desacierto: simplemente un “dejarse en sus manos” ha sido
suficiente para que la institución diera un giro radical a su visión social externa.
Y entre esas manos ha caído un nuevo “viñador” que exige aquel fruto real que
un Loco muy Loco pero cuerdo a más no poder clamó hace ahora
dos mil tacos. Hogaño, el instrumento terrenal de ese Loco se llama Francisco. Y si viniera a nuestro pueblo, ¿estaría
orgulloso también de usted?