Como si del vigilante soñado y anhelado se
tratara; como si un centinela nocturno de constante vasallaje con su pueblo renaciera
para festejar su victoria; como si de una madre eterna que con voz ronca pero
viva de nuevo nos reuniera entre sus brazos, el Templo Parroquial cumple
trescientos años. Su riqueza histórica, cultural y religiosa, también. Asimismo
su gente, su donaire y orgullo religioso siempre unidos a su pueblo.
La Parroquia es testigo vital de nuestra
existencia ya sea en su amanecer, niñez, madurez matrimonial o atardecer de la
existencia humana. El templo parroquial, más que signo y seña, es huella humana
y rúbrica cristiana de la historia religiosa de Herencia. Diligente y presto
reloj que, marcando las horas físicas en cada instante, marca paulatinamente
las horas sentimentales de la existencia humana en cada acontecimiento
importante de nuestras vidas. Porque ese “que dure muchos años” siempre llega y
esa puerta abierta siempre lo está.
Todo empieza de nuevo. Tres siglos atrás y
una nueva esperanza desde que un 27 de octubre de 1713 marcara la vida de
aquellos que acompañaron por primera vez la Eucaristía desde la antigua Ermita
de la Concepción hasta el nuevo templo erguido en la Plaza. ¿Cuánto darían por
revivir aquel momento, por ser uno de aquellos herencianos que con orgullo
inauguraban su nueva Parroquia? ¿Y por recuperar lo que hoy día son los pilares
de nuestra fe local, por ser recuerdo vivo y real de treinta décadas que han
marcado el devenir de una villa? Pues las raíces de trescientos años
fructifican en la madurez que el siglo XXI ofrece a una sociedad en la que la
iglesia física e institucional es ahora, más que nunca –y con erratas
incluidas-, motor enérgico de la inquietud religiosa del hombre. En Herencia,
también.
Sabemos del arraigo que la religiosidad
popular tiene entre nuestras población: un Cristo marinero, una Virgen septembrina
y un santo varón que allá por marzo toca tierra de nuevo para volver a saludar
a su barrio son las banderas vivas que más resaltan en el mástil de la fe a pie
de calle. Todos forman parte de la vida de Herencia porque forman parte de la
esperanza de sus gentes. Todos tienen su cabida en cada rincón hogareño, todos
salen con un viva a la calle y todos ellos conforman el día a día de la
inquietud religiosa de cada ser humano. Se llamen de aquí o de allá, forman
parte de sus vidas a través de su Parroquia.
Esto nos demuestra que nada es casualidad.
Si trescientos años son el epílogo de un camino en el que un edifico físico ha
sido pilar clave sobre el que edificar la esperanza de un conjunto humano,
otros trescientos marcan el comienzo de una nueva historia en la que, basando
del mismo modo en ella el despertar religioso de los herencianos, también
podemos cimentarlo en la inquietud cultural, artística y sentimental que
aglutina el edificio.
Otro aldabonazo lo marca la restauración
del antiguo órgano parroquial, demacrado por el tiempo y desapuntillado ahora
por la ilusión depositada en ese proyecto. No son los tiempos, se sobreentiede,
pero es el tiempo. Lo de ese gigante musical en potencia puede marcar la guía
impetuosa de nuestras gentes haciendo realidad lo del “querer es poder”. No se trata de resucitar, sino más bien de
tocar con la varita la magia que el león parroquial aglutinaba sin percatarnos
del valioso arsenal que guardaba para sí.
Pero dejando a un lado los recuerdos que
ese mágico edificio céntrico atrae para cada uno de nosotros, lo de los
trescientos años marca el camino histórico que debemos proseguir: ante todo,
son trescientos tacos de historia y trescientos mil anocheceres en el que la
villa ha sido testigo vital de cada ciudadano. No podemos renunciar a nuestra
herencia cultural e histórica porque no sólo forma parte de nosotros mismos,
sino del conjunto, que es la verdadera opulencia del sistema actual. La forma
de vida, el comportamiento y el acaecer de los herencianos lo marca su historia
y gracias a ella este 2013 se viste de fiesta.
Evitando la condición religiosa que cada
individuo guarde para sí, este acontecimiento rompe las barreras de lo socialmente
relevante para unirse al bando de lo socialmente influyente gracias no al carácter
religioso del aniversario, sino a la naturaleza cultural del mismo. Primero,
por sus rasgos artístico e histórico, unidos irremediablemente a esa orilla
cultural. Posteriormente -luego de respetar la condición ideológica de cada
herenciano- un acontecimiento íntegramente religioso. Un Jubileo lo dice. El
Papa Francisco lo remarca en el texto jubilar que dedica a nuestro pueblo. Herencia lo corrobora porque está de fiesta: que
una villa se enorgullezca de su historia a través de uno de los lugares más
emblemáticos de su localidad es de honra y pundonor por parte de sus
habitantes.
Este año todos miramos al epicentro de
nuestro pueblo. Es el corazón sentimental que hace latir los corazones
particulares de cada herenciano. Ese corazón cumple trescientos años, herencia
de una creencia y Herencia de una Parroquia. Y de una fiesta cultural,
artística y religiosa que, en 2013, comienza un camino de
otros trescientos años de vida.
Javier Fernández-Caballero
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